lunes, 19 de marzo de 2012

Evaluación de Proyectos

El sujeto “C” va atrasado a clases, se baja de la micro, corre hacia el CEC. Acelerado, entra a la sala, localiza un puesto. Se sienta, busca su cuaderno, su lápiz, deja su mochila en el suelo, calma su agitación. Para cuando el sujeto “C” levanta la cabeza nota como todos sus compañeros duermen, roncan, balbucean un idioma desconocido, mueven el pie imparablemente. Observa al profesor que repite compulsivamente, desfigurando su rostro, una palabra que no logra distinguir, mientras pasa las diapositivas de la clase con furia, como si fuesen infinitas. “C” no entiende nada. Intenta, en vano, despertar a sus compañeros. Levanta la mano, aletea. Grita. El sujeto “C” decide salir de la sala. Sigilosamente y con el máximo respeto que su confusión le permite mostrar, se encamina hacia la puerta. En el momento en que toma la manilla, el sujeto “C” es sorprendido por un manotazo del profesor sobre la pizarra. Otro manotazo. Una secuencia de manotazos al compás de aquella palabra que “C” es incapaz de descifrar. El sujeto “C” corre hacia el patio de la facultad. Sale del edificio, los semáforos no funcionan, nubes de palomas oscurecen el cielo a ratos. Cruza Beauchef: no hay autos. Atraviesa la entrada principal, salta las escaleras, siente la mirada de “La mona”, como si le quisiera decir algo. “C” ve como los guardias, encerrados en su caseta, pegan sus miradas a los televisores cayendo en risas que le parecen demoníacas. El sujeto “C” llega a la terraza sobria, se detiene para recuperar el aliento y mira el patio: papeles, guías, cuadernos, calculadoras, mochilas, cigarros, envases de plumavit para los almuerzos, botellas de plástico, una pelota, botellas de vidrio colapsando la otra terraza. “C” observa los árboles, escucha perros a la distancia. El sujeto “C” cree comprenderlo. Toma un encendedor que encuentra en el suelo, camina hasta el centro de la cancha de futbol, comienza a quemar su mochila y ropa. Un piano cae desde el octavo piso de la torre central.

A M

A conoce a M en el bar donde trabaja. M odia a A a primera vista (le parece un ser desagradable). A le ofrece un trabajo a M, quien, a regañadientes, decide aceptar ya que necesita el dinero. Se ven todos los días, comienzan a entenderse. Un día A toma la iniciativa. Salen. Canto, baile. Se enamoran. Se besan, se aprietan, se desarman. Se aman. Pasa el tiempo. Celos, gritos, portazos, teléfono. Mensajitos desde trincheras embriagadas. Distancia. Distancia de la distancia. Frases en muros, cartas encubiertas, voces de amigos en común. Tiempo. Visiones a través de otras bocas y cambio de sábanas.Viento, frío,orillas. Revueltas, rebesos, reamores. Y luego: nunca te he visto, nunca pensé que me enamoraría de alguien así, me enfermas, alejate, cambia: y si tú, y si yo. M escapa al desierto, dice que los negocios, que esto, que lo otro. A manda señales de humo a otras partes del mundo. M escribe versos en papeles sueltos los que guarda en botellas las que luego van a parar al desierto. M se baña en la arena. A rompe guitarras. M se equivoca una y otra vez, salvavidas artificiales van en su ayuda. A viaja en avión, en 2 segundos aparece frente a M. Besos. Destrucción y violencia. M rompe el misterio, A entra en furia, se distorsionan sus señales de humo. El desierto no es suficientemente grande. A vuela. M barre todo, provoca tornados. A olvida sus pantalones recién comprados. M se los envía por correo: no mensajes, no palabras, no dibujos, no cuadros (M adora pintar cuadros) no nada. A recuerda. M recuerda y fabrica incendios de menor escala en los basureros de la oficina en donde trabaja desestructurando la burocracia. A se apropia de una terraza en donde medita todas las noches, rodeado de ebrios, voces de barrio y una que otra rubia tarada.

viernes, 9 de marzo de 2012

Día de la Mujer

Un mendigo, estilo Walt Whitman, descalzo, tendido sobre una banca de la calle Huérfanos, usando un vestido rojo como una suerte de homenaje, de burla, de llanto