miércoles, 28 de julio de 2010

El quinto angel del Apocalipsis

I. El mensajero

D. levanto la cabeza y analizo los transeuntes. Llevaba bastante tiempo esperando, y si bien aun no se impacientaba, si comenzaba a preguntarse si efectivamente su corazonada era correcta.

Realizo otro escaneo lateral y finalmente lo ubico: un joven sin duda universitario, con ojos somnolientos, audifonos en las orejas y andar lento y parsimonioso entraba a la Alameda desde San Martin. Se levanto de la banca y lo siguio a prudente distancia durante un trecho. Cruzo la Alameda tras el y finalmente vio que se detuvo en un paradero de micro.

O. se detuvo y confimo sus sospechas. Tenia hace unos minutos esa inconfudible sensacion de que alguien lo estaba siguiendo, ese escalofrio que recorre el cuerpo cuando, por un tiempo prolongado, dos ojos se clavan en la espalda. Lentamente se dio vuelta: una mujer en las ultimas de la veintena lo miraba de frente. Estaba detenida tambien.

La observo un momento antes de mirarla a los ojos. Inconfudiblemente sus ojos estaban clavados en los de el, y el escalofrio se renovo. No era una mujer necesariamente agraciada, pero esos ojos profundos y ligeramente vacios le otrogaban un halo mistico.

- Te estaba esperando - dijo D.

- ¿Si? - La voz de la mujer lo saco del ensimismamiento, y se dio cuenta con terror de que estaban a un par de metros de distancia. Le perforo la cabeza el hecho de que un ser tan aterrador pudiese tener una voz tan dulce...

- Perdoneme pero debe estar equivocada... No creo conocerla.

- Abaddon quiere conocerte - insistio D.

- ¿Perdon?

- Sabes bien de quien te estoy hablando - dijo D. - Ven, te invito un cafe.

II. De ciegos y demonios

- Esta gente esta toda perdida, ¿sabes? - D. se callo un segundo, miro al mozo, tomo un sorbo de cafe y prosiguio - Todos. Y lo mas triste, es que ni saben porqué... ¿Tu sabes?

O. evito comprometerse con una respuesta bebiendo un largo sorbo.

- Mhm, quizas no... - D. continuo, impaciente, interpretando correctamente su silencio - Pues bien, la gente es asi: sufre sin saber porqué. Siendo bien simplistas podemos agrupar a la gente en dos grupos: los triunfadores y los fracasados. Los fracasados son personas hundidas bajo su propio peso y de sus decisiones pasadas. Los triunfadores son los que estan arriba de los fracasados, pero para poder llegar arriba, siempre hay que pisotear unas cuantas cabezas, y eso, nunca dejara de penarles.

Hubo un largo silencio en el que O. volvio a beber cafe, y se dio cuenta que ni siquiera le habia puesto azucar. Entro en conciencia de lo mucho que le temblaban las piernas.

- Tu no eres así - dijo D., al fin.

- ¿Ah si? - esto ultimo envalentono un tanto a O. ¿Que podria saber una desconocida de el?

- Si... Tu no encajas. Tu no eres pisoteado, ni pisoteas. Tu no eres abrumado por tus demonios, ni los ignoras por completo. Tu... - Apuro su cafe y lo miro a los ojos nuevamente - Tu ni siquiera tienes demonios.

O. no comprendio bien, ¿Que podria significar todo ello? ¿De que demonios estaba hablando? ¿Era acaso una loca?

Ella solto una risotada - Claro que no entiendes, ves? Si a un fracasado le hablo de sus demonios lo entenderia perfectamente. Un triunfador quizas no, porque en su esencia esta el ignorarlos, pero muy en su interior ese vacio se manifestaria y su exterior lo delataria. El simple hecho de que no reacciones ante esa mencion prueba mi punto.

O. decidio saltar a la ofensiva - ¿Que hay de ti? ¿Cuales serian tus demonios?

D. acabo el cafe con la mano temblorosa - Eso, es irrelevante. Veras, yo soy solo una mensajera...

- ¿De Abaddon?

- Si, de Abaddon...

III. Exterminio

Comenzaron a caminar. O. no sabia muy bien que seguia haciendo. El porque de que no se sintiese capaz de lanzar una excusa y se alejarse. Habia algo, un magnetismo que esta mujer generaba. Se sentia atrapado, pero curiosamente atraido...

- Y bien, ¿quien es este tal Abaddon?...

- Eso, es algo que tendras que averiguar por tu propia cuenta

D. habia perdido la nocion del tiempo. Se sentia viva tras mucho tiempo. Se detuvo y volvio a mirarlo a los ojos.

- Creo que mi mensaje ya ha penetrado

- ¿Como? - O. se detuvo y sintio un escalofrio de nuevo. La vio darse vuelta y empezar a caminar nuevamente. Algo, no sabia bien que, le indicaba que la reunion habia finalizado. La vio alejarse y supo que lo prudente no era seguirla. Ese concepto que sabia que se llamaba intuicion, pero que nunca habia sentido previamente, le sugeria que no se moviera, y finalmente la vio desaparecer al girar la esquina.

Estuvo parado en medio de la calle sin saber cuanto tiempo, hasta que noto que estaba anocheciendo. Prendio un cigarro y regreso a la Alameda. Paro una micro, apago el cigarro a medio fumar, lo guardo y subio. Bajo en un barrio desconocido y termino de fumar el cigarro. Se sento en una banca, y ahi espero el amanecer...

Cuando rompio el alba miro su reflejo en la ventana de un auto. Unos perdidos y desconocidos ojos blancos le devolvieron la mirada.

Miro hacia la montaña, y se dio vuelta. Tenia trabajo que hacer...

lunes, 19 de julio de 2010

La máquina

La máquina es operada por seres
desconocidos.
La máquina viaja sobre la tierra:
la cree suya.
La máquina confunde, cambia palabras
y lo absorve todo.

La máquina no le teme al vacío.

A veces la máquina se asocia con otras máquinas,
estas máquinas son de plástico y metal y sus ojos son vidrios
pálidos, que dibujan humanos humillados.

A veces la máquina devora otras máquinas,
sobrevivir dice,
mientras las tuercas y engranajes de esas máquinas
desaparecen
en su estómago de lava.

La máquina esta en todas las cosas,
esta en cada uno de nosotros,
esta en los diarios y en los televisores,
esta en las botellas, esta en los computadores.
Pronto estará en el cielo y en el agua.

La máquina se cambia de nombre,
pero sigue siendo la máquina.

La máquina traga todo,
aguanta cualquier cosa.

Un día la máquina colapsará
y nos llevará a todos con ella.

Cuanto llevan pololeando?

-Como un año ya
-Y le pegai' o no?
-No, todavía no
-Empieza a preocuparte entonces,
mira que con las mujeres...

lunes, 12 de julio de 2010

El Observador

Hace años, antes de irme a dormir, mi padre me contaba la historia de una persona que vivia en un palacio de cristal, en las alturas de Santiago. Nadie sabia de su existencia porque el palacio era invisible, y nunca bajaba. No le gustaba mezclarse con las demas personas, no porque le disgustaran, sino porque le satisfazia su soledad, y se contentaba con estudiar el comportamiento de los demas. Su palacio estaba lleno de telescopios que le permitian observar toda el area de Santiago y amplificadores de sonido con los que podia escuchar las conversaciones de todos los santiaguinos. Tomaba notas de lo que observaba y escuchaba, en un pequeño cuaderno con un lapiz que una vez alguien arrojo al cielo y termino en su palacio.

Un buen dia luego de estudiar el actuar de una joven pareja sentada en un banco en la Plaza Ñuñoa se dispuso a transcribir lo observado, cuando se dio cuenta de que el lapiz se habia gastado. A decir verdad, habia observado lo suficiente para saber que los lapices se gastan, pero nunca imagino que el suyo iba a gastarse [1]. Revisó sus notas y en un corto apunte fechado 15 años atras, leyo que lo que la gente solia hacer cuando se le acababan los lapices era ir a la Libreria y comprar otro.

Ir a una Libreria implicaba bajar del palacio, cosa que le aterro, por lo que decidio evitarlo mientras no fuera necesario. Desgraciadamente desde ya no sabia cuanto, lo unico que sabia hacer, su razon de existencia, era observar y anotar. Busco en vano por sus telescopios soluciones alternativas, pero no las hallo: si a un humano se le acababa un lapiz, la solucion predominante era ir a Libreria y comprar otro.

Tras una acabada planeacion, bajo. Previamente habia ubicado una Libreria y se dirigio hacia ella. Se movia con rapidez y aprension: la cercania de tantas personas lo incomodaba. Ingreso finalmente a la Libreria y sintio una peculiar sensacion en la piel y en el aire que respiraba [2]. Ubico a un vendedor, y se preparo para pedir el lapiz.

Unos gruñidos salieron de su boca. El vendedor se extraño. Lo miro con miedo y tomo un artefacto que el sabia que se llamaba "telefono" y que servia para comunicarse con personas que no se encontraban fisicamente en el lugar. Unos hombres de negro llegaron y lo llevaron afuera.

Sin entender bien, se dirigio a otra Libreria (Habia pleaneado exaustivamente la visita, por si algo salia mal). Un proceso similar se repitio. Cuando fue sacado de la cuarta Libreria comprendio: si bien entendia el lenguaje de los Santiaguinos jamas intento comunicarse mediante el. Pero bueno, el lenguaje escrito lo habia aprendido, y podria comunicarse mediante el. Tomaba notas empleandolo, despues de todo... Rebusco el bolso en busca de su lapiz...

Ahora es cosa de pasar por el centro de Santiago, camuflado entre los tantos viejitos suplicando por monedas, para verlo. Jamas encontro la vuelta a su palacio de cristal, y ha tenido que, a la mala, aprenderse algunas mañas de Santiago. Pero en su cabeza siempre daran vueltas los tiempos pasados, sin saber bien si alguna vez existieron, o fueron simplemente una ilusion.


[1] Esta parte del relato siempre me molesto: estamos hablando de una persona que ha dedicado su vida a observar y analizar y se supone que hay que tragarse que jamas considero que el lapiz iba a acabarse?? La verdad es que ahora me doy cuenta que el acto de que "se acabe un lapiz" es solo valido si alguien lo nota y a alguien "se le acaba el lapiz", y dado que este personaje siempre se abstrayo de ser "alguien", jamas se le ocurrio que al se le podia acabar el lapiz. O algo asi.

[2] El aire acondicionado, sin duda.